sábado, 28 de marzo de 2015

Artículo (Boletín 2015)

Señora, ya va llegando tu hora,
La hora en que ojalá tu pueblo
Se ilumine con tu belleza pura.

O la hora en que quizás tu pueblo,
Se inunde de lluvia al caerte
Por las mejillas lágrimas de Amargura.

Esa hora anhelada por tu pueblo
Que espera impaciente pedirte Misericordia
Y admirar tu inmensa hermosura.

Es una espera larga, pero bendita,
Por poder contemplarte y darnos fuerza
¡Bendita madre de la Amargura!



       Viernes Santo, siete y media de la tarde, ese día esperado durante todo un año desde que tengo memoria. Era muy pequeña cuando llegado el gran día,  veía a mi abuela Mercedes  preparar las cosas de nazareno a mi tito, para que no le faltara ningún detalle a su niño; y a él nervioso, deseando llegar a la Iglesia.  Mientras, mi madre me vestía con las mejores galas para ver a nuestros titulares en la calle. Recuerdo buscar los zapatos de mi tito entre las cruces, ese era el truco que me decía mi madre para poder reconocerlo.  Yo le decía a mi madre que también quería ser parte de esa larga fila de cirios color tiniebla.

       Pasaron  unos años y todo cambió. Ya no estaba  mi abuela despidiéndose de su nazareno, ni alumbrando su Semana Santa. No pudo ver como cambié mi vestido por mi túnica negra y mi capa blanca. Desde entonces hasta ahora, ha llovido bastante. Ella no pudo verme hacer la Comunión, ni verme haciendo la estación de penitencia, ni pudo acompañarme en mi pregón de Semana Santa juvenil, ni la Confirmación, ni ver a su precioso nieto como ha ido creciendo colaborando en la hermandad, ni tantas otras cosas.


       Ella ya estaba orgullosa de su hijo, pero si lo viera ahora no cabría en su pecho tanto orgullo de madre. Él es diputado de Caridad de la hermandad, siempre está dispuesto  a ayudar sin pedir nada a cambio. Para mí él es un gran ejemplo. Forma parte de la gran labor que realiza  Cáritas. Os animo a todos a poner vuestro grano de arena en estos difíciles tiempos, ya que hay  más alegría en dar que en recibir.


       De nuevo espero que otro año más, si Dios quiere, estemos allí en el mismo sitio y a la misma hora. Nerviosos, impacientes, ilusionados y con el miedo que nos invade al ver ese cielo cerrado tan nuestro. Iremos al patio para mirar el cielo y pedirle a ella que nos conceda realizar nuestra estación de penitencia. Con suerte saldremos,  y ella nos acompañará siendo una estrella de la corona de nuestra  Amargura y al anochecer,  nuestra estrella formará parte del cortejo, pero alumbrando desde lo más alto del cielo junto a la Luna.


LUCÍA JURADO GUISADO



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