Señora, ya va llegando tu hora,
La hora en que ojalá tu pueblo
Se ilumine con tu belleza pura.
O la hora en que quizás tu pueblo,
Se inunde de lluvia al caerte
Por las mejillas lágrimas de Amargura.
Esa hora anhelada por tu pueblo
Que espera impaciente pedirte Misericordia
Y admirar tu inmensa hermosura.
Es una espera larga, pero bendita,
Por poder contemplarte y darnos fuerza
¡Bendita madre de la Amargura!
Viernes Santo, siete y media de la tarde, ese día esperado
durante todo un año desde que tengo memoria. Era muy pequeña cuando llegado el
gran día, veía a mi abuela Mercedes preparar las cosas de nazareno a mi tito, para
que no le faltara ningún detalle a su niño; y a él nervioso, deseando llegar a
la Iglesia. Mientras, mi madre me vestía
con las mejores galas para ver a nuestros titulares en la calle. Recuerdo
buscar los zapatos de mi tito entre las cruces, ese era el truco que me decía
mi madre para poder reconocerlo. Yo le
decía a mi madre que también quería ser parte de esa larga fila de cirios color
tiniebla.
Pasaron unos años y
todo cambió. Ya no estaba mi abuela
despidiéndose de su nazareno, ni alumbrando su Semana Santa. No pudo ver como
cambié mi vestido por mi túnica negra y mi capa blanca. Desde entonces hasta
ahora, ha llovido bastante. Ella no pudo verme hacer la Comunión, ni verme
haciendo la estación de penitencia, ni pudo acompañarme en mi pregón de Semana
Santa juvenil, ni la Confirmación, ni ver a su precioso nieto como ha ido
creciendo colaborando en la hermandad, ni tantas otras cosas.
Ella ya estaba orgullosa de su hijo, pero si lo viera ahora no
cabría en su pecho tanto orgullo de madre. Él es diputado de Caridad de la hermandad,
siempre está dispuesto a ayudar sin
pedir nada a cambio. Para mí él es un gran ejemplo. Forma parte de la gran
labor que realiza Cáritas. Os animo a
todos a poner vuestro grano de arena en estos difíciles tiempos, ya que
hay más alegría en dar que en recibir.
De nuevo espero que otro año más, si Dios quiere, estemos
allí en el mismo sitio y a la misma hora. Nerviosos, impacientes, ilusionados y
con el miedo que nos invade al ver ese cielo cerrado tan nuestro. Iremos al
patio para mirar el cielo y pedirle a ella que nos conceda realizar nuestra
estación de penitencia. Con suerte saldremos, y ella nos acompañará siendo una estrella de
la corona de nuestra Amargura y al
anochecer, nuestra estrella formará
parte del cortejo, pero alumbrando desde lo más alto del cielo junto a la Luna.
LUCÍA JURADO GUISADO